Hace un tiempo ya que quería crear un espacio para compartir formas de ser y narrar en el mundo. El impulso final llegó hace unos días. Soy venezolana y estoy de paso por Lima, llevando y trayendo historias. Al llegar, la primera sorpresa que me llevé fue la creación de HABLAPALABRA. Un nuevo espacio, donde César Villegas y Ángela Zignago programan narradores de diferentes escuelas que quieran llenar ese vacío extraño provocado por la ausencia de palabras. Lamentablemente, en eso, Lima se parece a mi amada Caracas. Son ciudades ruidosas y congestionadas, donde los sonidos de la urbe absorben cualquier posibilidad de comunicación.
Ahí, en HABLAPALABRA, me han ocurrido cosas mágicas. Conocer a dos narradores: Mauricio Grande y Edwin Domínguez cuyo trabajo consiste en hacer el mundo más amable, ver cómo Ángela se cura la fiebre con solo subir al escenario a compartir historias, oír a Francois Valleys, narrador francoperuano y uno de los promotores del arte de contar cuentos en Lima, dando una función llena de amor, locura, desgarro, risas y pasiones. Ese día, precisamente, cuando Francois nos hizo a todos mejores personas con solo mirarlo, comprendí la necesidad de crear este espacio y, sobre todo, entendí dónde estaba el hilo mágico que une a todos los que contamos y escuchamos historias. La lección llegó por medio del cuento final, un relato brevísimo de tradición oral que dice más o menos así:
Hace muchísimos años, había un contador de historias. Al comienzo, todos asistían para oírlo narrar, pero en cada velada que trasncurría había menos personas que en la anterior. Un día cuaquiera llegó a contar y se encontró completamente solo en la plaza pero, lamentablemente, eso no le sorprendió en lo más mínimo. Aunque sí resultó un poco extraño para quienes pudieran verlo a lo lejos, que él siguiera narrando sus historias con la misma pasión que el primer día. Llegaba a la plaza, se situaba en el centro lloraba, reía, contaba y se hacía preguntas sin respuestas.
Un día un niño se le acercó y le comentó: "¿Por qué cuentas cuentos?" Automáticamente, el hombre respondió "porque quiero cambiar el mundo", "pero ¿cómo pretendes hacerlo"- preguntó el chico- "¿no ves que nadie te escucha?"
Se despidieron en silencio, pero la pregunta le siguió rondando la cabeza al contador de historias. De todos modos, fue a la plaza cada día a la misma hora, seguía narrando sin parar y cuando, tras pocas semanas, volvió a ver al niño pasar por ahí, lo llamó ilusionado y cuando lo tuvo al frente le dijo:
"Tienes razón, hace muchos años comencé a contar historias porque quería cambiar el mundo, ahora las cuento porque no quiero que el mundo me cambie a mí"
Aquí dejamos entonces, un pedacito de eso que nos permite resistir.
viernes, 14 de marzo de 2008
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1 comentario:
Allí esta el detalle esencial por el cual el mundo logra saber de posibles cambios que muchas veces se convierten en adelantos. Esa obsecación, esa obstinación por hacer algo diferente, y con amor, a lo que tradicionalmente se consigue, ha sido la llave de apertura para grandes procesos de cambios... Algo asi como lo tu haces "desempolvando escritos y memorias" de gente, (mujeres literaratas, poetas, críticas sociales), que la cotidianeidad, y algun malintencionado germen machista, se han empeñado en ocultar...
Parafraseando diriamos que, Mariana, amiga mia, tienes tu propio anfiteatro o plaza, donde cuentascuentos, y escribes historias, a diario, aun a riesgo de que muchos no te oigan, porque asi eres tu, y el mundo no te va a cambiar en tu empeño de vida de dar y compartir conocimientos y alegrías.
Un abrazo grande.
Victor Manuel
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